Araya: sal, historia y playas escondidas en el oriente de Venezuela

 


Una península que combina paisajes áridos, aguas tranquilas y una herencia colonial poco explorada

Por Deisy Terán Tosta

Con sus paisajes secos y su intenso sol, la Península de Araya, ubicada en el estado Sucre, guarda entre salinas centenarias, ruinas coloniales y playas serenas, uno de los destinos más auténticos del litoral oriental. Lejos del turismo masivo, este brazo de tierra ofrece una experiencia distinta para quienes buscan historia, naturaleza y contacto directo con la vida local.

Frente a la isla de Margarita y extendiéndose hacia el mar Caribe, Araya se puede recorrer por tierra desde Cumaná en un trayecto de poco más de tres horas. También es posible llegar por vía marítima en los populares “tapaítos”, embarcaciones pequeñas que realizan la travesía en menos de 30 minutos, o en La Palita, un transporte más grande que permite cruzar con vehículo propio desde Puerto La Cruz o Cumaná.

La salina: una historia que sigue viva

Uno de los paisajes más singulares de la península es, sin duda, el de sus salinas. Se trata de extensas planicies blancas, brillantes bajo el sol, donde el agua marina se evapora lentamente hasta dejar cristales de sal. Esta actividad, que forma parte de la historia económica del país desde el siglo XVII, sigue vigente gracias al trabajo de familias que llevan generaciones recolectando sal de forma artesanal.

Caminar por las salinas de Araya es presenciar un oficio antiguo que se mantiene casi intacto. Al amanecer o al final de la tarde, el lugar se tiñe de tonos rosados y ocres, y resulta un espacio ideal para la fotografía o simplemente para contemplar un paisaje distinto al de las típicas costas caribeñas.

Un pueblo que recibe con calidez

Araya también destaca por su gente. A pesar del clima duro, sus habitantes son hospitalarios y atentos. Desde quienes ofrecen paseos hasta los dueños de posadas o los pescadores que comparten anécdotas del mar, todos hacen sentir al visitante como en casa. Es común recibir una sonrisa, una recomendación o incluso una historia sobre la antigua fortaleza o las tradiciones del pueblo.

Entre playas tranquilas y patrimonio histórico

A pocos metros del agua se alzan las ruinas de la Real Fortaleza de Santiago de Arroyo, construida en 1630 para defender la salina de los ataques piratas. Aunque hoy solo quedan algunos muros de piedra, la vista frente al mar y la conexión histórica del lugar lo convierten en una parada obligada para quienes llegan a la península.

Las playas son el otro gran atractivo: aguas calmas, poco profundas y con un ambiente tranquilo, perfectas para nadar o descansar bajo una sombrilla. En los restaurantes locales se puede disfrutar de platos sencillos pero sabrosos, como pescado frito, empanadas de cazón, arepas y jugos naturales.

 

Quienes deseen quedarse más tiempo, pueden optar por posadas y alojamientos familiares que ofrecen habitaciones con aire acondicionado, desayuno y la posibilidad de coordinar excursiones o traslados. Y si la idea es regresar el mismo día, es importante tomar en cuenta que el último transporte de regreso a Cumaná parte a las 4:00 p.m.

Araya es, en esencia, un destino sin artificios: natural, silencioso y profundamente venezolano. Aún alejada del radar turístico tradicional, representa una oportunidad para redescubrir la costa oriental desde una mirada más cercana, más cálida y más auténtica.

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