Viajar, saborear y sanar: el poder de los sentidos en la salud mental




En tiempos donde la ansiedad y la depresión se han vuelto silenciosos compañeros de millones, redescubrir la calma puede estar más cerca de lo que creemos. A veces, basta con un viaje corto, una caminata por un lugar nuevo o el simple acto de disfrutar una taza de café caliente para reconectar con nosotros mismos. La salud mental también se cultiva con pequeños placeres… y Venezuela tiene muchos caminos para hacerlo.

Por Deisy Terán Tosta

Cada 10 de octubre, el Día Mundial de la Salud Mental nos invita a reflexionar sobre un tema que ya no puede ser invisible: el bienestar emocional. Las cifras globales son alarmantes, pero más allá de los números, hay una realidad que se siente en el día a día: el estrés, la incertidumbre y la rutina pesan.

Sin embargo, existen pequeñas terapias cotidianas que nos ayudan a respirar distinto, y una de ellas es viajar —no necesariamente lejos— y saborear la vida con consciencia.
Porque viajar y comer no son lujos, sino formas de sanar.

El viaje como medicina del alma

Un paseo por la montaña, una tarde frente al mar, una visita a un pueblo donde el tiempo parece detenerse… Cada desplazamiento, grande o pequeño, activa en el cerebro las mismas áreas que se estimulan con la meditación o la terapia.
El simple hecho de planificar un recorrido, empacar y salir de la rutina genera dopamina, serotonina y endorfinas, las hormonas que nos devuelven el equilibrio emocional.

Viajar también nos enseña a soltar el control, a fluir, a adaptarnos. Y en un país como Venezuela, donde cada región tiene su propio sabor y paisaje, los viajes se convierten en una forma de redescubrirnos sin necesidad de cruzar fronteras.

La gastronomía como refugio emocional

Hay un tipo de calma que solo se encuentra en los aromas.
El olor del café recién colado, una arepa dorada en el budare, un plato compartido entre risas… La gastronomía también es una terapia sensorial. Cocinar o comer conscientemente nos conecta con el presente, nos devuelve el control del cuerpo y la mente, y nos recuerda que el placer también es una forma de salud.

Tomarse un café en una esquina, probar un dulce típico, o sentarse frente a una vista y saborear algo hecho con amor, puede ser una forma de decirnos: estoy aquí, estoy vivo, estoy bien.
No hace falta un gran presupuesto, solo la intención de hacer especial lo cotidiano.

Turismo emocional: reconectar desde lo simple

En los últimos años, los expertos han hablado del “turismo emocional”, una tendencia que invita a viajar con propósito: no para acumular destinos, sino para sanar.
Desde el Waraira Repano hasta un atardecer en la costa, desde una posada rural en los Andes hasta un café urbano lleno de historias, cada experiencia se convierte en una pausa mental.
En esas pausas, el alma se acomoda, la mente respira y el corazón se aligera.

Porque cuidar la salud mental no siempre implica medicinas o terapias formales. A veces, se trata de permitirse sentir, disfrutar, y reconectar con los sentidos.

Cuidarse también es vivir

La salud mental no distingue clases sociales, edades ni profesiones. Todos, en algún punto, necesitamos parar y reconectar.
Para algunos será un viaje al interior del país; para otros, un desayuno compartido con amigos o un café mirando el cielo.
Lo importante es entender que el bienestar se construye con acciones simples, conscientes y repetidas: caminar, conversar, reír, cocinar, mirar el paisaje… y, sobre todo, permitirnos sentir.

En un mundo que corre sin pausa, cuidar la mente se vuelve un acto de resistencia y amor propio. Venezuela, con su mezcla de sabores, paisajes y gente cálida, nos recuerda que la salud mental también se nutre del alma, del gusto y de los caminos que nos invitan a redescubrirnos.
A veces, la mejor terapia está en una taza de café, un viaje corto o un plato que nos sabe a hogar.

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